Desde el surgimiento del movimiento antiglobalización en Seattle, en diciembre de 1999 -un movimiento alentado por la crisis de 1997 que afectó la economía global-, cada vez se alzan más voces contra del modelo económico neoliberal, nieto genéticamente modificado de aquel liberalismo de Smith. Parte de las acusaciones que se le comenzaron a hacer consistían en señalarlo como "pensamiento único" (es decir, excluyente y, por derivación, totalitario), además de "ilegítimo" (en la medida en que su única legitimidad consiste proclamarse como el "único") y estrecho de miras. Según estos críticos era imprescindible buscar una "cara más humana a la globalización".
Si bien se intentó a su vez deslegitimar al movimiento surgido en Seattle, acusándolo de estar integrado por "alborotadores", la figura de Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del Banco Mundial, comenzó a brindar legitimación a esos críticos. El profesor Stiglitz, quien desde la vicepresidencia del Banco Mundial cuestionaba las prácticas de su propia institución y, por sobre todo, la del Fondo Monetario Internacional, recibió en 2001 el Premio Nobel de Economía, y en su discurso de aceptación llamó a una mayor regulación por parte de los estados, lo que reafirma las objeciones respecto al programa neoliberal que, desde el Consenso de Washington, alimentó la globalización económica. Para muchos, las reiteradas crisis que afectaron a la mayoría de los países del Sur, especialmente en Asia y América Latina, son prueba de que todas las críticas que ha recibido el neoliberalismo son fundadas y, más aún, de que el modelo ha fracasado. Es evidente que un fracaso puntual, o cientos, no implican de por sí el fracaso del modelo; tampoco la mala implementación de políticas implica su fracaso (varias de las críticas, por ejemplo, que realizara Stiglitz se centran en aspectos burocráticos o de aplicación y, de por sí, no anulan la eficacia del modelo). Por otra parte, pedirle un "rostro más humano" equivale a exigir otro modelo, aunque no se tenga certeza de cuál sea éste: el neoliberalismo no puede, por definición, tener rostro humano.
Realismo versus utopía
Durante el siglo XX, los defensores del liberalismo lo consideraron una ideología "realista", en oposición a los modelos utopistas de socialistas y marxistas, estuvieran éstos en el poder tras la Cortina de hierro o promoviendo cambios políticos desde la oposición, en cualquier parte del mundo. Con el desmoronamiento del bloque socialista, consumado a inicios de la década de 1990, los liberales proclamaron que se verificaba su antiquísima acusación de que los modelos utópicos (es decir, aquellos que no son de este mundo) ceden terreno frente a aquellos que tienen "los pies en la tierra". En la última década del siglo XX, el neoliberalismo -es decir, la versión anglosajona y corporativista del liberalismo- se alzó como la única interpretación apta y, por ende, la única capaz de dirigir política y económicamente el destino planetario. No vendía utopías, aunque sí pretendía contar con herramientas adecuadas para manejar la economía planetaria en su coyuntura actual, trasnacionalizada.
Aquí conviene señalar que, en última instancia, el neoliberalismo no buscó legitimidad. Sólo se reivindicó como herramienta "adecuada", que no pretendía traer ningún bien superior (como pretendía el socialismo, promoviendo normas trascendentes como la solidaridad, la felicidad, la igualdad) sino prosperidad económica. Es preciso recordar que, en cuanto modelo teórico y "científico", el neoliberalismo económico está desvinculado de cualquier condicionamiento ético o filosófico: si bien en un comienzo el capitalismo sufrió diversas lecturas desde el pensamiento cristiano europeo, planteándose entonces cuestiones en las que aún se vinculaban la economía y la moral, finalmente -lo mismo que la Filosofía y la Ciencia-, la economía se separó de la ética. A fin de cuentas, como señalara Adam Smith, la doctrina liberal establece que "no es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas".
Ética versus Economía
Como el neoliberalismo es una máquina y, por lo tanto, amoral, no hay contradicciones en que, desde su aplicación hegemónica a escala planetaria, la brecha entre pobres y ricos se haya ampliado en medida tal que, actualmente, la fortuna sumada de las 10 personas más ricas del mundo equivalga a una vez y media los ingresos de todos los países menos desarrollados juntos. Tampoco es contradictorio con el modelo que el 4% de los ingresos de 360 personas -que acumula tanta riqueza como la mitad de la población mundial- sea suficiente para resolver los problemas de todos los pobres; ni que la fortuna de tres de esas personas sea igual al PBI de los 48 países más pobres del planeta.
Pero sin embargo, para la mayoría de las instituciones, tanto religiosas como espirituales e incluso "humanitarias", estas discrepancias sí comportan una contradicción moral que las ha llevado a pedir revisión de lo que está generando el modelo económico. Se trata de una respuesta ética, que busca devolver sentido al mundo. Y la reacción de Stiglitz, y su condecoración con el Nobel, son respuesta un temor tan remoto como las culturas: el de despertar en un mundo gobernado por máquinas.
*Publicado en La Guía del Mundo
Si bien se intentó a su vez deslegitimar al movimiento surgido en Seattle, acusándolo de estar integrado por "alborotadores", la figura de Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del Banco Mundial, comenzó a brindar legitimación a esos críticos. El profesor Stiglitz, quien desde la vicepresidencia del Banco Mundial cuestionaba las prácticas de su propia institución y, por sobre todo, la del Fondo Monetario Internacional, recibió en 2001 el Premio Nobel de Economía, y en su discurso de aceptación llamó a una mayor regulación por parte de los estados, lo que reafirma las objeciones respecto al programa neoliberal que, desde el Consenso de Washington, alimentó la globalización económica. Para muchos, las reiteradas crisis que afectaron a la mayoría de los países del Sur, especialmente en Asia y América Latina, son prueba de que todas las críticas que ha recibido el neoliberalismo son fundadas y, más aún, de que el modelo ha fracasado. Es evidente que un fracaso puntual, o cientos, no implican de por sí el fracaso del modelo; tampoco la mala implementación de políticas implica su fracaso (varias de las críticas, por ejemplo, que realizara Stiglitz se centran en aspectos burocráticos o de aplicación y, de por sí, no anulan la eficacia del modelo). Por otra parte, pedirle un "rostro más humano" equivale a exigir otro modelo, aunque no se tenga certeza de cuál sea éste: el neoliberalismo no puede, por definición, tener rostro humano.
Realismo versus utopía
Durante el siglo XX, los defensores del liberalismo lo consideraron una ideología "realista", en oposición a los modelos utopistas de socialistas y marxistas, estuvieran éstos en el poder tras la Cortina de hierro o promoviendo cambios políticos desde la oposición, en cualquier parte del mundo. Con el desmoronamiento del bloque socialista, consumado a inicios de la década de 1990, los liberales proclamaron que se verificaba su antiquísima acusación de que los modelos utópicos (es decir, aquellos que no son de este mundo) ceden terreno frente a aquellos que tienen "los pies en la tierra". En la última década del siglo XX, el neoliberalismo -es decir, la versión anglosajona y corporativista del liberalismo- se alzó como la única interpretación apta y, por ende, la única capaz de dirigir política y económicamente el destino planetario. No vendía utopías, aunque sí pretendía contar con herramientas adecuadas para manejar la economía planetaria en su coyuntura actual, trasnacionalizada.
Aquí conviene señalar que, en última instancia, el neoliberalismo no buscó legitimidad. Sólo se reivindicó como herramienta "adecuada", que no pretendía traer ningún bien superior (como pretendía el socialismo, promoviendo normas trascendentes como la solidaridad, la felicidad, la igualdad) sino prosperidad económica. Es preciso recordar que, en cuanto modelo teórico y "científico", el neoliberalismo económico está desvinculado de cualquier condicionamiento ético o filosófico: si bien en un comienzo el capitalismo sufrió diversas lecturas desde el pensamiento cristiano europeo, planteándose entonces cuestiones en las que aún se vinculaban la economía y la moral, finalmente -lo mismo que la Filosofía y la Ciencia-, la economía se separó de la ética. A fin de cuentas, como señalara Adam Smith, la doctrina liberal establece que "no es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas".
Ética versus Economía
Como el neoliberalismo es una máquina y, por lo tanto, amoral, no hay contradicciones en que, desde su aplicación hegemónica a escala planetaria, la brecha entre pobres y ricos se haya ampliado en medida tal que, actualmente, la fortuna sumada de las 10 personas más ricas del mundo equivalga a una vez y media los ingresos de todos los países menos desarrollados juntos. Tampoco es contradictorio con el modelo que el 4% de los ingresos de 360 personas -que acumula tanta riqueza como la mitad de la población mundial- sea suficiente para resolver los problemas de todos los pobres; ni que la fortuna de tres de esas personas sea igual al PBI de los 48 países más pobres del planeta.
Pero sin embargo, para la mayoría de las instituciones, tanto religiosas como espirituales e incluso "humanitarias", estas discrepancias sí comportan una contradicción moral que las ha llevado a pedir revisión de lo que está generando el modelo económico. Se trata de una respuesta ética, que busca devolver sentido al mundo. Y la reacción de Stiglitz, y su condecoración con el Nobel, son respuesta un temor tan remoto como las culturas: el de despertar en un mundo gobernado por máquinas.
*Publicado en La Guía del Mundo
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